6 de abril del 2016
La primavera, esa estación gloriosa de vida nueva, está actualmente en plena fuerza aquí en mi casa, Preservation Acres, y sus signos aparecen por todos lados. Por algo existen las alergias. Es como si cada árbol, arbusto u hoja de una plata ha sido pintada con una brocha tecnicolor llena de polen. Y mientras la belleza nos deja sin aliento, yo personalmente estoy toda congestionada.
El césped de nuestros vecinos está lleno de terneros juguetones y peludas ovejas bebés que disfruto ver, y en nuestra casa durante los fines de semana se han llenado de muchas preparaciones para la jardinería, trabajo en la tierra, preparación de las semillas, distribución de fertilizantes. Y la preparación no es solo afuera – casi cada superficie en nuestra casa -las ventanas y las mesas también – se han cubierto con ollas de guisantes, cada una llena de pequeñísimas semillas de chayote, ajíes, quimbombó y judías – y todos reverdecen ante la mirada de Nathan.
En el pueblo, los restaurantes han abierto sus patios; las tiendas muestran trajes de baño y las señales de ventas en los patios se reproducen como flores silvestres.
Nueva vida y comienzos refrescantes aparecen a mi alrededor.
El pasado domingo, en plena primavera, yo tuve que predicar – algo que yo hago de vez en cuando como invitada, ya que soy la Ministra de Familia en mi iglesia local. Este domingo fue particularmente especial porque tuve el honor de predicar en un servicio bautismal. Y porque nuestra iglesia sigue el Leccionario, las lecturas ya habían sido escogidas – lo cual puede ser desafiante algunas veces.
Las lecturas de esa semana eran:
Bible Verse Links (3):
- Hechos 11:1-18
- Apocalipsis 21:1-6
- Juan 13:31-35
Como si el Espíritu Santo lo hubiese preparado, cada uno de estos textos contienen referencias a comienzos refrescantes y nueva vida. En Hechos, Pedro recibió una visión, la cual lo impulsó a buscar un camino nuevo y fresco en su ministerio, tomando el mensaje de Cristo hacia afuera de las fronteras de la comunidad judía, entre los gentiles. En Apocalipsis, leemos sobre los Cielos Nuevos y la Tierra Nueva, un tiempo en el que no habrá más lágrimas ni sufrimiento, y el Uno hará todas las cosas nuevas. Y luego en Juan vemos a Jesús preparando a los discípulos para trabajar de una manera nueva en el mundo – una manera centrada solamente, y por encima de todo, en amar y ser amados.
Como la estación de la primavera, cada uno de estos textos traen con ellos un mensaje de esperanza y nuevos comienzos. Un recordatorio de que Dios está y siempre ha estado en los frescos comienzos y en la nueva vida.

(la autora y sus padres)
El año antes de yo nacer, mi madre tuvo uno de esas experiencias de conversión, de nueva vida, de comienzos frescos. Esta experiencia la llenó de tanta alegría y amor por Jesús y el asombro al descubrir el regalo de la gracia fue tal que su entusiasmo se derramó en cada área de su vida – incluyendo el acto de escoger el nombre de su bebé. De esta manera fue que yo llegué a ser Jerusalem.
En algún momento cuando ya tenía edad para leer, le pregunté a mi madre por qué había escogido especialmente mi nombre – habían, a fin de cuentas, muchos otros nombres femeninos en la Biblia para escoger, todos ellos “unicos” y perfectamente apropiados.
Su forma de responder fue una invitación a buscar mi primera NIV Bible, con ilustraciones y traducción, el texto Apocalipsis 21:1-6.
El mismo dice:
LA NUEVA JERUSALÉN
Después vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían dejado de existir, lo mismo que el mar. 2 Vi además la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, procedente de Dios, preparada como una novia hermosamente vestida para su prometido. 3 Oí una potente voz que provenía del trono y decía: «¡Aquí, entre los seres humanos, está la morada de Dios! Él acampará en medio de ellos, y ellos serán su pueblo; Dios mismo estará con ellos y será su Dios. 4 Él les enjugará toda lágrima de los ojos. Ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir».
5 El que estaba sentado en el trono dijo: «¡Yo hago nuevas todas las cosas!» Y añadió: «Escribe, porque estas palabras son verdaderas y dignas de confianza».6 También me dijo: «Ya todo está hecho. Yo soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin. Al que tenga sed le daré a beber gratuitamente de la fuente del agua de la vida.
Lo que mi madre me estaba mostrando al responder mi pregunta con estos versículos, era que yo no había sido nombrada solamente por la ciudad de Jerusalén, sino, en particular, por la Nueva Jerusalén, la cual en mi Biblia aparecía ilustrada como una ciudad dorada, con rayos de sol iluminando alrededor, un lugar glorioso para mis ojos de niña de seis años de edad.
Tan pronto como pude, encontré mi marcador amarillo (creo que todos los niños de familias evangélicas nacen con una Biblia NIV en una mano y un marcador en el otro) y marqué mi primer pasaje de la Biblia, y subrayé aún más la parte que decía Nueva Jerusalén.
Yo leía estos versículos una y otra vez durante mi niñez, mientras comprendía las imágenes de los nuevos comienzos y de un Dios que estaba feliz de estar en medio de su creación, y de tenerla cerca de su corazón.
Ha pasado mucho tiempo desde que subrayé aquellos versos especiales por primera vez, y hasta la semana pasada no había pensado mucho más en ellos. Por supuesto que yo sabía que estaban allí, y de vez en cuando, durante algún domingo de primavera, los escuché mientras eran leídos en la iglesia, y un breve guiño de reconocimiento pasaba por mi mente, pero más que esto, no había pensado mucho más en estos versículos.
Yo no sé sobre otros predicadores, pero cuando veo que hay lecturas del Apocalipsis en el leccionario, no puedo evitar encogerme un poco – imágenes de bestias con siete cabezas, entre otras cosas, aparecen en mi mente. Así que puedes imaginarte mi alivio cuando me di cuenta que las lecturas de Apocalipsis del pasado domingo era esa con la que yo estaba tan familiarizada. Leyendo el texto, preparando mi sermón, yo estaba lista para regresar a los días simples – de vuelta al momento en que no le tenía miedo a las metáforas apocalípticas, ni sentía la presión de encontrar significados proféticos o históricos escondidos en los textos. Por el contrario, me encontré a mí misma leyendo estos versículos así como cuando yo tenía seis años de edad. Cuando leo estas palabras como si fueran una promesa – una promesa de cómo el amor de Dios luce en acción.
Esto es lo que escuché cuando leí Apocalipsis 21:1-6:
Dios siempre está, y siempre estará haciendo todas las cosas nuevas, incluso a mí misma.
El corazón de Dios siempre está con su pueblo, en sus barrios, en sus hogares, apretado en medio de ellos. Como la persona que se sienta en medio de una mesa llena de gente para poder ver y escuchar a todos, Dios quiere estar justo en el medio de todo lo que hacemos.
El deseo más grande de Dios fue sanar a los heridos, enjugar las lágrimas y traer nueva vida y comienzos frescos, alejándonos de la muerte, trayéndonos a la vida, tantas veces como fuera necesario.
Y me pareció – siendo la hija pequeña de seminaristas a principios de los 80, viviendo en un apartamento en un lugar olvidado de Memphis – que lo que vi en esos versículos fueron ejemplos de cómo luce el amor de Dios. Esos versículos se parecen muchísimo a las historias bíblicas que mi mamá me contaba. Se parecían a las canciones que cantábamos en la clase pequeña de Escuela Dominical en la Iglesia Bautista. Y me recordaban de una oración a la hora de dormir que mi madre y yo orábamos. Y para mi corazón infantil, me parece que ese mismo amor, el amor de Jesús que llenó a mi madre de cabeza a pies con una luz brillante, era el mismo amor que yo encontraba en los versículos de Apocalipsis. Era un amor que enjugaba las lágrimas, que venía a sentarse con la gente en su tristeza, que traía el amor de los comienzos frescos y nuevos a cada persona, a todas las personas, sin importar quiénes eran.
Así que, cuando tenía seis, siete, ocho años de edad, yo leía esos versículos del Apocalipsis como una promesa, no solo de lo que podía suceder, sino de lo que ya era.
Así como la primavera es la estación de los nuevos comienzos en la tierra, el bautismo es también la estación de los nuevos comienzos. Este domingo bautizamos a una pequeño bebé llamado Abraham. Vertimos el agua de la nueva vida sobre su pequeña cabecita, lo bendijimos con aceite y oramos juntos – creando su nuevo peregrinaje como miembro de la Iglesia.
Pero este acto del Bautismo no es simplemente una formalidad, no es algo solo para cumplir con un requisito de la vida cristiana. Por el contrario, es un sacramento – es una señal externa y visible de una gracia espiritual interna a la cual todos estamos invitados. El bautismo es un nuevo y alegre comienzo para cada uno de los presentes, es una oportunidad para que todos los presentes recuerden también lo que significa amarse unos a otros como Cristo nos ama.
Ya ves, en cada bautismo todos comenzamos nuevamente. Juntos.
Este domingo, como parte del bautismo, cada persona renovó su propio pacto bautismal diciendo los votos juntos, comprometiéndose otra vez a vivir como Cristo. Y también prometimos como iglesia en esos votos a ser el pueblo de Abraham y de su madre. Como Rut y Noemí, nos comprometimos a ser su hogar, a enjugar sus lágrimas, a celebrar nuevos comienzas y a estar presentes en sus vidas.
Y al estar presentes, al amarnos unos a otros como Cristo, al compartir el Espíritu Santo unos con otros, yo creo que es así como comenzamos a crear un nuevo cielo y una nueva tierra – para cada uno – aquí y ahora.
Comenzamos amándonos unos a otros de la misma forma que el Dios de Apocalipsis 21:1-6 nos ama: enjugándonos las lágrimas, celebrando los nuevos comienzos y sentándonos juntos, en medio de nuestras vidas. Este es el regalo de la comunidad que Cristo dejó a sus discípulos en Juan 13, y es el regalo que ellos nos pasaron a nosotros, y que nosotros pasaremos a otros.
Es nuestro creer que al final, por encima de todo, nos pertenecemos unos a otros.
Y a través de este sentido de pertenencia, al escoger amarnos unos a otros, hacemos realidad los actos de amor que vemos en Apocalipsis 21, para recordar la promesa que hicimos a Cristo y cada persona en el bautismo, que encontraríamos a Dios bien cerca en medio nuestro, dando agua al sediento, acabando con la soledad en las familias y haciendo todas las cosas nuevas para cada uno de nosotros – una y otra vez, y siempre.
-Jerusalem Greer