Por Kathy Staudt
Cuando pienso en la práctica de “bendecir” como parte de el Camino del Amor, inmediatamente escucho la canción que ha sido una parte de la banda sonora de mi trayectoria espiritual personal: la hermosa canción “I´chi lach”, del cantante judío Debbie Friedman. Puedes escucharla aquí:
Las palabras hebreas se refieren al llamado de Dios a Abram en Génesis 12:1-3: “Sal, ve a la tierra que te mostraré”: este es el llamado en el que Abram/Abraham confió, y el propósito del llamado es expresado en el resto del versículo: Ve. . . a la tierra que te mostraré. . . y te bendeciré, y haré que tu nombre sea grandioso, para que seas una bendición. . . y en ti todas las familias de la tierra serán bendecidas”. Todos nosotros en el mundo que nos consideramos descendientes espirituales de Abraham compartimos este llamado a “ir” y a “ser una bendición”.
El llamado de Abraham comienza de forma individual (el hebreo se puede traducir “Ve, tú mismo” o como sugiere el Rabino Rashi en el Medievo: “Entra en ti mismo”, pero se convierte en un llamado a ser una gran nación y una bendición para “todos las familias de la tierra”. En pleno mundo tribal, los descendientes de Abraham fueron llamados a vivir en un pacto de relación íntima con el Dios que creó el universo y lo llamó “bendito”. El estilo de vida que emerge con Moisés generaciones después, se convierte en un modelo, en un mundo de tribus y dioses en competencia, en una forma de vida que busca la justicia para todos y hace que las personas rindan cuentas ante un llamado que va más allá de su necesidad individual de dominar sobre los demás: el llamado a amar a Dios y amar al prójimo. Esta es la bendición a la que están llamadas todas las religiones abrahámicas en sus orígenes.
Como cristianos, también hemos escuchado este llamado a ser una bendición para el mundo. Los tiempos en que la iglesia dominó el mundo político corrompieron profundamente este llamado, pero todavía está allí: como pueblo de Dios, estamos llamados a ir a un mundo quebrantado y a ser una bendición. Como cristianos bautizados, confiamos en nuestras comunidades reunidas, nuestras iglesias, para recordarnos nuestra participación en el deseo de Dios de bendecir al mundo: debemos ser un signo de esa bendición dondequiera que estemos. Jesús les dice a los que escuchan sus parábolas: “Ve y haz lo mismo”. Él le dice a María Magdalena, en la tumba: “Ve y diles a mis hermanos y hermanas”, y a sus discípulos en la ascensión los bendice y dice “Vayan por todo el mundo y hagan discípulos”. Somos un pueblo en movimiento, en el “Camino del Amor”, pero para seguir ese mandato de amor necesitamos recibir y ser una bendición, siguiendo los pasos de todos los hijos de Abraham, en la forma particular que se abre ante nosotros como seguidores de Jesús.
Robert Capon, escribiendo hace una generación en su libro The Third Peacock, se refirió a la Iglesia como “el sombrero del hombre invisible”, el signo externo por el cual se hace visible la presencia de Dios. Tanto como individuos como comunidad de fe, compartiendo las mismas prácticas, estamos viviendo esta vocación: encarnar la bendición de Dios para el mundo.
Esto se me ocurrió sorprendentemente en la adoración el domingo pasado. En la comunión, nos reunimos alrededor del altar para recibir la bendición de la presencia de Cristo entre nosotros. El himno de comunión que estábamos cantando era un antiguo himno bautista (LEVAS # 158) (puedes escuchar a una congregación cantándolo en https://www.youtube.com/watch?v= fhjRCaTN3X0) y me recordó nuevamente cuán íntimamente unidos están los mandatos de “ir” y “ser una bendición”. No me gustan todos los versos de este himno, pero el coro contiene una invitación profunda. Mientras reflexiono sobre ese llamado a “ir” y “ser una bendición”, el coro continúa resonando. Esto se ha convertido en otra constante de mi banda sonora espiritual personal, y ahora, tal vez, para la suya:
Hazme una bendición, hazme una bendición
Que Jesús brille de dentro hacia afuera de mí
Hazme una bendición, O Salvador, a ti oro
Hazme una bendición para alguien hoy.
Vayanmos y hagamos lo mismo, como el pueblo de Dios, bendecido para ser una bendición.